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martes, 22 de julio de 2014

Perón y la Ley Nacional de Trabajo de 1904

10:00 Otra forma de devaluar el significado disruptivo del peronismo clásico señala que las reivindicaciones obreras que hizo ciertas fueron apropiación de un largo y acompasado proceso desenvuelto desde 1904. Sin populismo indeseable a la vista, la protección al trabajador estaría presente en el proyecto de Ley Nacional de Trabajo promovida ese año por el Ministro del Interior Joaquín V. González

1904 es el último año de Roca como presidente. El ministro González prepara un exigente proyecto de ley que garantice mejores condiciones a los trabajadores. El Estado que se había hecho fuerte en 1880 actúa ajustado a la sociedad que le había antecedido, pero ya no con esa flamante y aluvial que lo desborda. A reducir esa distancia se dirigirá la nueva ley.

Con el decreto presidencial que lo autoriza, a fines de enero el catalán Bialet Massé inicia un recorrido por las provincias para radiografiar la escena social sobre la que se pretende actuar. Médico, abogado e ingeniero, hace más de 25 años que reside en la Argentina. Sus registros y conclusiones quedan reunidos en un Informe insustituible.

Apunta Bialet Massé que en el Chaco y en el norte de Santa Fe no hay mejores trabajadores que los indios. Si los propietarios obraran con racionalidad, con ellos serían “humanitarios por egoísmo”. Pero el pago, además de exiguo, es con vales y la proveeduría los esquilma. Los indios atesoran contratos de trabajo que nunca se respetan. “La obcecación patronal” no cambiará “si la ley no lo impone y con mano fuerte.”

“Hay en el Chaco establecimientos poderosos y de gran producción pero cuando uno penetra en su organización y detalles, se duda de si fuera mejor que no existieran; ingenios, obrajes, fábricas de tanino, cultivo de maní y tártago, grandes naranjales y bananales (…) un pequeño estado, despótico, monárquico, que se desenvuelve dentro de una república democrática.” A la vez que confiesa que “aquellas fieras (los indios) me fueron altamente simpáticas”, no se llama a engaño: lo que los afecta es la “explotación del trabajo” que con ellos tan sólo se “extrema”.

En Perico, Jujuy, un italiano que trabaja en la construcción del ferrocarril le dice que ese lugar en el que están es un “campamento homicidiario”. Un grupo de trabajadores se “desuellan” jugando a la taba; les advierte el mal que se están infligiendo y le responden: “Esta vida es tan terrible, la fiebre lo abrasa a uno; no tenemos más rato de placer y de alegría que el juego y el trago.” Aunque con diferencias, indios, criollos e inmigrantes están sometidos a la explotación sin ley.

El 30 de abril presenta el Informe pero una semana antes, en el pueblo santafesino de San Javier, muy cerca de donde había registrado abusos de todo tipo, tiene lugar un malón.

El último, dirá el militante radical Alcides Greca, que de ahí es oriundo, en su genial película de 1917.

El 1 de mayo de 1904 se realizan dos movilizaciones obreras en Buenos Aires. Con la convocada por los socialistas no hay inconvenientes. De plaza Lorea parte la anarquista que es reprimida. Muere el obrero marítimo Juan Ocampo y hay 40 heridos. A los pocos días, cuando el proyecto de ley se presenta, la represión es el tema obligado. A González lo interpela Alfredo Palacios, “primer diputado socialista de América” favorecido por poco más de 800 votos y por una efímera ley electoral que promovió el mismo ministro.

La Ley de Residencia (1902), que permite expulsar sin más a todo extranjero revoltoso, es el fondo dominante sobre el que no termina de cobrar figura propia la intervención reformista. Que los legisladores de un régimen en descomposición no se muestren interesados por la ley de Trabajo, vaya y pase; en nada sorprende la oposición de las entidades patronales; los anarquistas tienen buenos motivos para sólo ver engaño e intento de acabar con su influjo en el movimiento obrero. Los miles de trabajadores que poco saben de Marx o de Bakunin –esos con los que conversa Bialet Massé- desconocen sencillamente que hay una ley en debate.

El radicalismo, mientras tanto, confirma en esos meses el camino de la abstención revolucionaria y prepara la revolución que estallará en febrero de 1905 y a la que no le faltan, sugiere Viñas, vínculos con los anarquistas.

Los argumentos con que José Ingenieros defiende este proyecto de ley revelan por qué no animó ninguna voluntad colectiva. Celebra que sea ambiciosa como ninguna en el mundo y que exprese una “política científica y sin sentimentalismos”, inentendible para las “muchedumbres”. Casi sólo no acuerda con el pasaje de la ley sobre el trabajo de los indios. “Pues los pocos miles de indígenas que aún existen en apartados territorios argentinos, son de hecho ajenos la nación.” En las antípodas de Bialet Massé, concluye Ingenieros: “El indio no resiste nuestras enfermedades, no asimila nuestra cultura, no tiene suficiente resistencia orgánica para trabajar en competencia con el obrero blanco: la lucha por la vida lo extermina (…) su protección sólo es admisible para asegurarles una extinción dulce”.

Quienes se desgañitan imaginando cuánto mejor hubiera sido este país sin peronismo (Revista Ñ, 7/6/14), aceptan a regañadientes que la Ley Nacional de Trabajo no tuviera lugar en 1904. Subrayan, no obstante, que sí hubo Departamento Nacional de Trabajo y leyes laborales aprobadas de una y en fila. Poco importa que las facultades de ese Departamento fueran escasísimas. En penumbras queda que, ante la resistencia de los capitalistas, el problema pasó a ser cómo volver efectiva la ley de 8 horas o la que impide el pago con vales o la de accidentes de trabajo. En 1927 Alcides Greca -ya es diputado nacional yrigoyenista- escribe la novela Viento Norte. Vuelve al malón de 1904 pero en sus páginas resuena la lucha contra el conservadurismo y la masacre de Napalpí (julio de 1924) que también se dispara por la superexplotación indígena. Y cuando en 1941 Alfredo Varela denuncie las condiciones de vida en los yerbales de Misiones, ¡También hay esclavos blancos en la Argentina!, no hay duda de que lo registrado por Bialet Massé no es asunto del pasado.

Perón es quien es porque, con el riesgo de haber desandado un camino que estuvo a punto de llevarlo al fracaso en los días previos al 17 de octubre, se ganó la confianza de las multitudes y forjó con ellas la voluntad colectiva que hizo posible leyes que reivindican al trabajador y, a su vez, la vigilancia por su cumplimiento. Incluso a los indios, en tanto trabajadores, nada como el peronismo los aproximó a la justicia. Fue una “clara ruptura”, dice el historiador Enrique Mases, que permitió que la “indígena Avellina Collueque” de Ingeniero Jacobacci,cobrara en 1946 lo que le adeudaba su patrón por el año y los dos meses en que fue peón en sus campos.

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